HISTORIA DEL CONCEPTO
Desde el diccionario, sostenibilidad es "Cualidad o propiedad de lo sostenible, de lo necesario para la conservación de la vida" (DICIO, 2016), sin embargo, varios autores prefieren la definición del Informe Brundtland 1987 (EDWARDS, 2008; AGOPYAN, 2011; KWOK, 2013), que define la sostenibilidad como: "La capacidad de una generación para satisfacer sus necesidades sin comprometer las de las generaciones futuras" (BRUNDTLAND 1987, p.16, nuestra traducción). El informe va más allá al informar de que, en el aspecto del desarrollo sostenible, el concepto impone límites, basados en la relación tecnológica y social que mantenemos actualmente con la naturaleza, además de la capacidad de la biosfera para absorber los impactos de los efectos humanos. Finalmente, el informe indica y concluye que el desarrollo sostenible, de hecho, es un proceso de cambio, y no un estado fijo y armonioso; en este proceso, la explotación de los recursos, la orientación tecnológica e institucional, así como la inversión de capital, se toman de forma consciente de las responsabilidades futuras, así como de las necesidades presentes (BRUNDTLAND, 1987).
La definición mencionada es de 1987 y se sigue adoptando en los libros actuales, pero el concepto de sostenibilidad se ha ido desarrollando a lo largo de las últimas décadas. No se sabe con exactitud dónde se empezó a pensar en la sostenibilidad. Algunos autores como Brian Edwards hacen una revisión profunda de los orígenes de la sostenibilidad, pero dan gran importancia a informes y reuniones mundiales sobre medio ambiente como la cumbre de Río 92 y el Protocolo de Kioto (EDWARDS, 2008). Otros como Marian Keeler, dan mayor atribución a los movimientos ecologistas, incluso a aquellos que no tenían el ecologismo como premisa, pero que indirectamente llevaban su bandera, como los ritos espirituales de la secta hindú Bishnoi, que se dedicaba a proteger el medio ambiente, o los textos literarios y filosóficos de Ralph Emerson y Henry Thoreau, hasta llegar al movimiento ecologista del siglo XX (KEELER, 2010). Otros como Alison Kwok y Túlio Tibúrcio creen que la sostenibilidad ya es un concepto bien definido para la construcción civil, debido en gran parte a la difusión de certificaciones que han dado credibilidad y difundido el uso del término "sostenible" para los edificios (KOWK, 2013 ;TIBÚRCIO; SILVA, 2008; TIBÚRCIO; ZANDEMONIGNE 2012).
La piedra angular de todas las divergencias en torno al término sostenibilidad es quizá su constitución genérica, amplia y altamente subjetiva, como ya mencionaba el informe Brundtland. Quizás por eso algunos autores prefieren utilizar la denominación "ecológico" o "verde" en sus publicaciones, porque mientras que la sostenibilidad es subjetiva y puede variar dependiendo del periodo histórico en el que se viva, el concepto de Ecología, o "Verde" es más sencillo, y más tangible para los diseñadores (KWOK, 2013). Ecología deriva del griego "oikos "+"logos", con el significado de "casa" y "estudio", por lo que puede interpretarse como el "estudio de la casa". El término fue propuesto en 1869 por Ernst Haeckel, por lo que es de origen reciente (ODUM, 1988, p.1). Vitruvio definió la arquitectura como constituyente del orden, la disposición, la euritmia, la conmensurabilidad, el decoro y la distribución (POLLIO, 2007). De esta forma podemos entender que la Arquitectura Ecológica no es más que "el orden de las cosas en relación con el estudio de la casa".
De hecho, algunos autores añaden a los pilares de la arquitectura clásica vitruviana que eran responsables de firmitas, utilitas, venustas, también el concepto de eficiencia energética, por lo que una arquitectura ecológica, o arquitectura "eficiente" debería apreciar los conceptos de solidez, utilidad, belleza y también eficiencia energética (LAMBERTS, 2004). Sin embargo, hay autores que prefieren mirar la arquitectura ecológica bajo el aspecto de una nueva trinidad, esta vez constituida por lo social, lo ambiental y lo tecnológico (EDWARDS, 2008; AGOPYAN, 2011). De hecho, el concepto de ecología puede incrustarse dentro de los pilares de Utilitas obligando al diseñador a replantearse la utilidad del proyecto ofreciendo, por tanto, una nueva reflexión sobre la arquitectura clásica.
Esta reflexión no sería más que la consecuencia de la necesidad actual del ser humano de replantearse su papel en el entorno. Aunque varios autores divergen sobre lo que es la sostenibilidad, existe un consenso casi general en que el ser humano empezó a pensar en su impacto sobre el medio ambiente después de la Primera Revolución Industrial (EDWARDS, 2008; KEELER, 2010; AGOPYAN, 2011; KWOK, 2013). Durante la revolución industrial, las sociedades experimentaron grandes avances en prácticamente todas las áreas del conocimiento. La máquina de vapor fue responsable de la mejora de la calidad de vida, el aumento de la esperanza de vida, las tareas diarias comenzaron a depender de la electricidad y la comodidad y las sociedades de todo el mundo experimentaron una mejora en la productividad, tanto agrícola como urbana (MCDONOUGH, 2013).
Sin embargo, fue precisamente este avance el que trajo en sentido contrario los perjuicios socioambientales. El movimiento literario de novelistas fue el primero en señalar los efectos que esta Revolución causó en su sociedad, teniendo como analogía principal al monstruo del Dr. Frankenstein, que era tanto un producto de la ciencia moderna como su víctima (KEELER, 2010); al igual que la sociedad de la época. Masas de trabajadores se veían obligados a largas jornadas de trabajo combinadas con bajos salarios, como ejemplo de la revolución industrial se puede citar la ciudad de New Lanark, donde los trabajadores no podían quejarse de los salarios, las horas de trabajo, el ruido o la suciedad de las fábricas. Las empresas de la ciudad sólo tenían máquinas y administradores, y algunas máquinas eran personas (MAXIMIANO, 2012), las fábricas tenían poca o ninguna iluminación, y albergaban desde niños hasta ancianos. En el exterior, lo que se veía era el vertido inconsecuente de residuos, contaminando ríos, lagos y mares, y el uso de los recursos naturales de forma exacerbada, sin preocuparse por la escasez de los mismos.
Fue durante la propia Revolución Industrial cuando empezó a replantearse el papel del ser humano en su entorno. Los primeros en fijarse en este aspecto fueron los directivos y administradores, cuyo principio era mejorar la producción. En este aspecto merece destacarse el trabajo realizado por Robert Owen, en New Lanark, en una fábrica que había adquirido. Owen creía que el hombre era un producto del medio ambiente y que, por tanto, podía mejorarse. Así, ofreció a sus trabajadores vivienda, educación gratuita y un almacén propio (MAXIMIANO, 2012), obteniendo a cambio grandes avances en sus líneas de producción. Indirectamente, Owen demostró que la capacidad de producción y el propio bienestar de los individuos están intrínsecamente ligados a la relación que este ser mantiene con el medio en el que se inserta.
Otro movimiento importante, también consecuencia de la revolución industrial y que tomó las calles de gran parte del sur de Inglaterra, fue el movimiento luddista, liderado por Ned Ludd, que se basaba en la destrucción de las máquinas y los complejos industriales. Aunque este movimiento es visto por muchos como un movimiento anarquista, o simplemente un movimiento contra la industria y las tecnologías mecanizadas, en realidad los luddistas estaban preocupados por la sostenibilidad económica y el bienestar de las sociedades que se consideraban amenazadas por la revolución industrial (KEELER, 2010).
En la actualidad, seguimos viviendo con la infraestructura y el legado que nos dejó la Revolución Industrial, tanto en los aspectos positivos como en los negativos, en palabras de Vahan Agopyan (2011, p.20):
"[...] a pesar de todo el desarrollo, casi el 50% de la población mundial carece de saneamiento básico, cerca de 1/4 de la población mundial sigue viviendo en la pobreza extrema con menos de 1,25 dólares al día, y cerca del 26% de los niños menores de 5 años que viven en países en desarrollo se enfrentan a problemas de malnutrición. En consecuencia, también existe consenso en que el desarrollo sostenible debe tratar de resolver las demandas sociales".
A esto hay que añadir el desarrollo de la química moderna en el siglo XX, que trajo consigo toda la transformación generada por el desarrollo de los productos químicos modernos (KEELER, 2010). El desarrollo de la química esbozó una nueva mirada sobre la sostenibilidad, pasando ahora a una evaluación de los elementos constitutivos de los productos y su vida útil o permanencia en el medio ambiente. Dentro de esta premisa existen básicamente dos modelos posibles, descritos por Michael Braungart (2013), el modelo creado en la Revolución Industrial, Cradle-To-Grave (de la cuna a la tumba) o el modelo Cradle-To-Cradle (C2C- de la cuna a la cuna). Este modelo no considera la sostenibilidad desde el punto de vista del impacto medioambiental, sino desde el punto de vista de cómo se puede contribuir al medio ambiente (EFP, 2011). En lugar de tratar de minimizar el problema y apostar por un discurso sensiblero de que nuestra presencia en este mundo es un error, los autores intentan mostrarnos que en realidad deberíamos pensar en cómo coexistir con el entorno que nos rodea. Para Michael, la estrategia "de la cuna a la cuna" es "una estrategia de apoyo" que se aplica mejor cuando se tiene una idea general de todo el proceso (MCDONOUGH, 2013).
C2C trata de analizar la vida útil de un determinado producto y su impacto en el medio ambiente. En este análisis no hay productos buenos o malos, sino productos correctos o incorrectos que deben asignarse a una solución determinada. Como ejemplo, la primera edición norteamericana del libro Cradle to Cradle tenía páginas de plástico, precisamente para que los lectores se preguntaran. Cuando los autores crearon dicha evaluación, pensaron el análisis en términos de eco-eficiencia y eco-eficacia, lo que puede trazarse como un paralelismo con los conceptos de eficiencia y eficacia de la Teoría General de Gestión, en la que la primera enfatiza el proceso y la segunda el resultado (MAXIMIANO, 2012). El término ecoeficiencia fue acuñado inicialmente por el Consejo Empresarial Mundial para el Desarrollo Sostenible y se utilizó para mostrar cuánto tenían que perder las empresas en términos de competitividad si no hacían ecoeficientes sus procesos (MCDONOUGH, 2013), siendo por tanto más un reclamo comercial que realmente una preocupación por el medio ambiente. La ecoeficacia, por su parte, consiste en pensar el producto en términos ecológicos, pero teniendo en cuenta el resultado final, la utilidad, la estética y la comodidad del usuario al utilizar el producto. Es, por tanto, el intento de ser eficaz en relación con diversos aspectos, consideraciones y deseos (MCDONOUGH, 2013). Por último, se pretendía que el análisis sólo tuviera ecoeficacia.
Entre los intentos más célebres de replantear el estudio arquitectónico y proponer un diseño más inteligente en términos medioambientales y sociales, se encuentra el movimiento del Estilo Internacional, que tiene como exponentes a los arquitectos Walter Gropius, Mies Van der Rohe y Le Corbusier. Tales arquitectos buscaban dar a sus obras un formato más "limpio" y libre de lo superfluo e inútil, querían que la arquitectura fuera algo accesible, barato y que eliminara definitivamente la vivienda insalubre (MCDONOUGH, 2013). Desgraciadamente, pocos profesionales fueron capaces de replicar las técnicas en sus obras, y hoy el estilo se utiliza como excusa para una arquitectura fácil y barata, casi siempre dotada de exuberancias innecesarias y que dejan de lado el ideal de "fraternidad" originalmente pensado por el movimiento (MCDONOUGH, 2013,p.35).
De hecho, el propio Walter Gropius lamenta los derroteros que tomó la Bauhaus, o Nueva Arquitectura, llegando a citar que " [...] se puso de moda en muchos países. La imitación, el esnobismo y la mediocridad falsearon los propósitos fundamentales de la innovación que se basaban en la sinceridad y la sencillez" (GROPIUS, 2011, p.98). De hecho una de las premisas de Gropius al crear la escuela Bauhaus, era ofrecer al diseñador una posibilidad de formación armoniosa, que respetara la totalidad del proceso, y que se deshiciera de la dependencia humana por la máquina. Así, la tecnología no sería la función de la arquitectura, sino su auxiliar, la función tendría la primacía para entender el proceso, y este Gropius incluyó el conocimiento de la economía, la filosofía, la técnica, y la percepción social y el lenguaje estético, de manera intrínseca y armónica al trabajo de diseño (GROPIUS, 2011).
Odum descifra el principio de las propiedades emergentes contextualizando: "el problema de la organización jerárquica es que, a medida que los componentes o subconjuntos se combinan para producir sistemas funcionales más amplios, surgen nuevas propiedades que no estaban presentes en el nivel anterior" (ODUM, 1988, p.3). Quizá por eso es tan difícil definir la sostenibilidad, porque siempre la hemos contemplado bajo un cierto tipo de jerarquía que conocemos, y a medida que aumenta nuestra tecnología somos capaces de mirar más allá y profundizar cada vez más. Quizá un estudio de sostenibilidad más adecuado haría uso de propiedades no reducibles, capaces de descifrar de forma sencilla y elegante las necesidades del usuario, y aplicarlas sin comprometer ningún otro factor externo.
La sostenibilidad es todavía un concepto en desarrollo, y existen varios enfoques y puntos de vista sobre lo que es sostenible. Más que pensar en una check-list que garantice la sostenibilidad, es necesario entender que este concepto es complejo, y abarca varios puntos de nuestra relación como sociedad y nuestra interacción con el medio que nos rodea. La sostenibilidad no es más que ser consciente del papel que desempeñas tú o tu trabajo, e intentar que tu impacto sea lo más armonioso posible con tu entorno.
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